19 de juny del 2012

El mal árabe, de Moncef Marzouki (Asimétrica)


Moncef Marzouki. El mal árabe: Entre las dictaduras y los integrismos. La democracia prohibida. Traducción de Asimétrica Editorial. Barcelona: Asimétrica, 2011. ISBN: 978-84-938645-2-1

El mal árabe, de Moncef Marzouki, no es una obra académica. Es una crónica personal, a la vez que una narración de la historia más reciente de Túnez que el autor intercala con temas de análisis y filosofía política. Se trata de la descripción de un tiempo y de unos hechos que pueden parecernos lejanos a tenor de los acontecimientos vividos en los últimos meses. Es el relato de las experiencias de un hombre comprometido, que habla en nombre de otras muchas personas -silenciadas por la tortura y el arresto- a las que les tocó vivir los años más negros de la dictadura de Ben Ali. Es también la pintura de un país, Túnez, que lucha por un futuro digno. Y la exposición de los problemas más actuales y candentes a los que se enfrenta la totalidad de la sociedad árabe y de los que no puede desentenderse el occidente más cercano; es decir, Europa. Pero ante todo es un libro reivindicativo que, escrito desde la óptica de la defensa de los derechos humanos, consigue conmover nuestras conciencias, provocando que nos preguntemos dónde estábamos y qué hacíamos muchos de nosotros en los momentos que nos relata. Porque es evidente... Ni Túnez ni el Magreb nos quedan tan lejos, ni sus ciudadanos están tan en las antípodas de nuestra cultura y costumbres como creemos.
 La democracia no está condenada de antemano a fracasar en las costas sureñas del Mediterráneo como si fuera una ola gigante ante un acantilado frente al cual no pueda sino retroceder.La democracia también tiene sus ventajas para el mundo árabe, y estas no son nada desdeñables. Aunque el factor demográfico, con setenta millones de analfabetos, parece jugar a favor del brote islamista, estas naciones mayoritariamente jóvenes, abiertas al mundo, y más que impacientes por encontrar su lugar en el concierto internacional de las naciones, no están condenadas, en todos los ámbitos que las integran, a permanecer en los rieles de su pasado. Hay que recordar que cincuenta millones de árabes ya forman parte de las clases medias, cuya aspiración remite a los derechos y libertades asociados a la democracia. Está luego la revolución tecnológica, que ha introducido en muchos hogares no solo información, sino también una cierta formación respecto al debate democrático. Está también el movimiento de los derechos humanos, uno de los más activos del mundo, y, en especial, el profundo disgusto ante el totalitarismo que siente toda la población, a lo que cabe añadir el «contagio» a partir de otros pueblos que se liberan a nuestro alrededor. Y existe, asimismo, una corriente centrista e ilustrada del islamismo que puede construir, junto a los demócratas seculares, un compromiso histórico que nos evite la guerra civil permanente. Nunca insistiremos suficientemente en ello: los demócratas no se oponen al integrismo porque se reclame del Islam, sino porque es una ideología totalitaria. Y, por último, existe el apoyo y la calurosa complicidad de la sociedad civil occidental, si bien esta última también defiende su propia democracia al atacar el apoyo de sus gobernantes a nuestros verdugos.

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